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Angelelli ya es beato

“Con un oído puesto en el Evangelio y otro en el pueblo”, era el lema de monseñor Enrique Angelelli, obispo de La Rioja asesinado en un falso accidente en la ruta en 1976, según ha fallado la Justicia en 2014. Precisamente, el hecho de que haya muerto en un asesinato y no en un despiste de su auto, como difundió en su momento la dictadura militar, ha llevado a que el papa Francisco lo considerase un “mártir” y, por tanto, susceptible de ser elevado a los altares. Hoy es el día en que en una misa en el Parque de la Ciudad de La Rioja se consagrará al beato Enrique, el Pelado, como le decían quienes querían a este obispo, uno de los pocos que se enfrentaron al régimen militar.
También serán beatificados dos sacerdotes, Carlos Murias y Gabriel Longueville, y un catequista, Wenceslao Pedernera, todos colaboradores de Angelelli asesinados también por el terrorismo de Estado. Miles de riojanos de toda la provincia y de feligreses de todo el resto del país, muchos identificados con la Teología de la Liberación, se han acercado a esta ciudad de La Rioja en los últimos días y horas para vivir la ceremonia.
Angelelli dividió aguas en el catolicismo en su vida, tras su muerte y en la actualidad también. Su beatificación ha provocado comentarios críticos de un editorial de La Nación, del ex arzobispo de La Plata Héctor Aguer y del ex cuñado de Carlos Menem y actual embajador en Perú, Jorge Yoma.
El abogado riojano y católico Gabriel Martín, un amigo de Yoma que lo acompañó en su intento por gobernar su provincia, es de los pocos que aquí explicitan su rechazo a Angelelli, aunque él sostiene que son mayoría: “Representa a un sector de la política argentina que le ha hecho mucho daño a nuestro país, que se sintetiza en lo que el historiador italiano Loris Zanatta llama el pobrismo o el pastorismo, el pensamiento de traer el Evangelio a la Tierra, una cosa que es imposible. En épocas pasadas, muchísimas generaciones creyeron en su palabra y terminaron todos víctimas de la represión militar. Fue una bandera del castrismo y la Teología de la Liberación en la política argentina y riojana”. Quienes lo odiaban lo insultaban llamándolo “Satanelli”, “guerrillero”, “montonero”, “marxista” o “comunista”.
Quienes los rechazan ahora lo recuerdan en una foto de noviembre de 1973 dando misa detrás de una bandera de Montoneros. Aquella era la inauguración de una sala de salud del Barrio 4 de Junio, en La Rioja capital, en tiempos en que aquella organizaba guerrillera se manifestaba públicamente como parte del gobernante peronismo, antes de enfrentarse con Juan Domingo Perón en mayo siguiente. El obispo ha llegado a pedir explícitamente que se fueran de la provincia aquellos a favor de la lucha armada.
En la Iglesia argentina tardaron décadas en reivindicar la figura de Angelelli, pero ahora lo hacen. El actual obispo de La Rioja, Dante Braida, así lo recuerda: “Fue un obispo que vivió plenamente el Concilio Vaticano II (1962-65), esa experiencia de participación y de búsqueda que culminó en la expresión de que la Iglesia sea servidora del mundo, donde todos puedan participar en sus estructuras, donde el servicio tiene que ser particularmente al más pobre. Cuando le tocó ser obispo de una diócesis, lo trató de aplicar. Recibió ayuda de laicos y religiosos. Trató de que la persona fuera promocionada y pueda crecer, siendo protagonista de su desarrollo”.
Braida admite que el beato Enrique provocó divisiones: “Aquello lo vivió en la época que le tocó, bien compleja, en la que estas opciones eran identificadas con opciones políticas, que tenían incluso otra metodología. De ese modo, a personas que estaban acomodadas a un estilo de vida las movilizó, las interpeló, y muchos buscan opacar ese mensaje y cortar estas iniciativas. Por eso es que su camino terminó siendo martirial. Su vida terminó truncada, como las de otros. Y muchos tuvieron que huir del país para salvar su existencia. Él fue fiel a la Iglesia y al tiempo en que vivió”.
Angelelli era un hijo de inmigrantes italianos que nació en Córdoba en 1923. A los 15 años ingresó al seminario, a los 22 continuó en Roma sus estudios y se ordenó sacerdote a los 26. Después regresó a Córdoba y comenzó a visitar villas y a asesorar a jóvenes obreros y universitarios. En 1960 fue consagrado obispo auxiliar de Córdoba. Influido por el Concilio Vaticano II y el sínodo de obispos latinoamericanos de Medellín (1968), deseaba una Iglesia renovada, sin privilegios, instalada en el mundo y cerca de los pobres.
Angelelli fue consagrado obispo de La Rioja en 1968. Cuando llegó allí, dijo que quería convertirse en el “amigo de todos, de los católicos y de los no católicos, de los que creen y de los que no creen”. Muchos lo quisieron: durante el régimen militar que imperó de 1966 a 1973, alentó la organización sindical de los trabajadores rurales, los mineros y las empleadas domésticas y la creación de cooperativas para producir tejidos, ladrillos, pan y agricultura.
Muchos lo odiaron. Pedía “más esfuerzo en la justa repartición de los bienes que en pensar en hacer casinos”, según recordaba años después el periodista Daniel Martini en el diario ‘La Razón’. Su reclamó indignó al propietario de la casa de juegos de la capital provincial y también del diario ‘El Sol’, que comenzó entonces una campaña contra él.
En 1973, en Anillaco, la tierra de Menem, una turba liderada por el hermano del ex presidente y compuesta por comerciantes, productores agropecuarios e intermediarios lo apedreó y le boicoteó una misa. “No empezaremos la ceremonia hasta que no se vayan los comunistas”, gritó uno de ellos. Angelelli reaccionó con furia: excomulgó a 13 feligreses, cerró diez parroquias, las declaró en “custodia del pueblo” e inhabilitó a sacerdotes. La polémica llegó al Vaticano, pero el papa Pablo VI lo ratificó y negó que fuera “comunista o marxista”, según explicitó un enviado suyo. “Esta es la La Rioja calumniada y humillada que mamó sus valores en el Evangelio y no en Marx”, decía el obispo.
En febrero de 1976, Angelelli escribió una carta para advertir a sus pares argentinos: “No dejemos que generales del Ejército usurpen la misión de velar por la fe católica”. Dos meses después sobrevendría el golpe militar y en julio Longueville, Murias y Pedernera fueron asesinados. Amenazado, Angelelli sabía que el próximo podía ser él. Comenzó a investigar los crímenes, ocurridos en Chamical y Sañogasta, y reunió documentación. En su viaje de regreso a la capital provincial, él manejaba y estaba acompañado por el entonces sacerdote Ángel Pinto. En una curva en Punta de los Llanos, perdió el control del auto y murió. Pinto sobrevivió. Fue acallado por la Iglesia y los militares, pero al regresar la democracia atestiguó que dos coches los perseguían, uno de ellos se les cruzó en el camino y entonces el obispo derrapó. Pinto también contó que llevaban una carpeta con documentación, que nunca volvió a aparecer.
Para el juicio, Jorge Bergoglio, que conoció a Angelelli en vida, aportó archivos del Vaticano que él ordenó desclasificar como Papa. Por ejemplo, reveló una carta y un informe que el obispo había enviado allí en la que contaba que se había reunido con el general Luciano Benjamín Menéndez -condenado por el crimen- para advertirle de la persecución que sufrían. El exgeneral siempre había negado conocer al obispo e incluso insistió con esa versión en el alegato final del juicio. “Mi sueño es poder recibir de mi obispo diocesano la investidura de cruzado de la fe y poder empuñar en una mano una espada y en la otra la cruz de Cristo para eliminar los enemigos de Dios y de la Patria”, le dijo Menéndez a Angelelli, según cuenta el obispo en su carta al entonces nuncio apostólico en Buenos Aires, el italiano Pio Laghi. Fallecido en 2009, Laghi siempre había negado que hubiese recibido mensajes de Angelelli. Pero el obispo desconfiaba de él y también envió copias de su carta a la Santa Sede. “Estamos permanentemente obstaculizados para cumplir con la misión de la Iglesia. Personalmente, los sacerdotes y las religiosas somos humillados, requisados y allanados por la policía con orden del Ejército”, relataba Angelelli en la carta.
El otro de los condenados, el vicecomodoro Luis Fernando Estrella, cometió un lapsus en el alegato del juicio: “Todos los testigos convocados por la fiscalía dijeron que la escena del crimen no cambió… perdón, la escena del accidente”. Hoy Angelelli, Murias, Longueville y Pedernera comenzarán a ser honrados en el culto católico, se consagrará beatos, paso previo a la santidad.