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El periodismo mantero y el mago enmascarado

Por Adrián Medina.

El gran Umberto Eco escribió que “es garantía de salud para un país democrático que la prensa pueda cuestionarse a sí misma”. Por eso bien cabe una humilde reflexión sobre el rumbo que va tomando esta actividad en La Pampa.

En los últimos años la tarea de comunicar se ha ido profesionalizando, de tal manera que la proporción de comunicadores con títulos universitarios está excediendo al número de periodistas de oficio. Contrariamente a lo que sería de esperar, hay profesionales –y no tanto- que hacen de esta labor un trabajo que se acerca bastante a los manteros, que ejercen su comercio lejos de cánones de ética y profesionalismo.

Por estos días, un ejemplo que ilustra estas prácticas para nada nobles es el tratamiento que se le dio al caso de un docente secundario acusado de haber rozado en forma impúdica a tres o cuatro de sus alumnas. Antes de que el caso llegara a la Justicia, algunas personas que trabajan en medios de comunicación sometieron al profesor a una lapidación pública, dando a conocer sus datos filiatorios y parte de su árbol genealógico, nombrando a familiares directos y hasta incidentes, uno de ellos que condenó al suicidio al protagonista de otra noticia.

Muchos obviaron, en forma aviesa, que este docente es el mismo que hace doce años denunciara haber sido objeto de maltrato policial por el grave delito de haber orinado en un paredón. Ese hecho, más algunas otras denuncias, sellaron el destino del por entonces ministro de Gobierno Juan Carlos Tierno y la creación, durante el primer mandato de Carlos Verna como gobernador, de la Secretaría de Derechos Humanos. Algunos prefirieron no recordar que la creación de esta Secretaría provocó que Tierno presentara su renuncia. Años después aquel adolescente hoy es profesor en un secundario de Santa Rosa. A nadie le pareció raro que cuando a veces hay que sacar con tirabuzón información de hechos policiales, en este caso todos los datos se filtraron cuando todavía no se había hecho la denuncia.

En algunos casos urgidos por la falta de noticias y en otros por un morbo incontenible se están produciendo yerros que después son difíciles de acomodar. Por caso sirva citarse que un pastor evangélico se vio involucrado en una maniobra de desalojo, siendo nombrado en las noticias –foto incluida.- para después tener que publicar la aclaración de que la persona que promovía el desalojo era un homónimo de él. La aclaración periodística tituló que el pastor “se despegó” del desalojo, como si alguna vez hubiera estado pegado.

Se ha tornado una práctica cada vez más habitual el publicar noticias sin el más mínimo chequeo previo de su veracidad. Muchas de ellas llegan –a veces- a ser tapa de diarios. El trámite obvio después del equívoco es la desmentida del medio, pero casi nunca se hace otorgando al damnificado el mismo espacio e importancia que se había dado a la acusación. La práctica más común es que ante la queja los involucrados en estos libelos se les ofrezca  “generosamente” la oportunidad de desmentirlo. Por supuesto que por ese entonces el daño ya está hecho.

Tal vez algunos no sepan que el color amarillo identifica a cierta forma de hacer prensa. A fines de siglo diecinueve se le adjudicó esta coloración a las publicaciones que utilizaban al sensacionalismo y determinada forma de titular noticias, para aumentar las ventas. La palabra “Yellow” (amarillo en inglés) se usa tanto para identificar al color, como para señalar al cruel y al cobarde.

Gabriel García Márquez describió situaciones a veces humorísticas y otras trágicas, en su novela “La Mala Hora”, que eran producto de pasquines que aparecían en un pueblo, describiendo secretos de sus habitantes, que a veces eran supuestos y otros ciertos. Esos pasquines terminaban atentando contra la paz del pueblo e incluso provocaron el asesinato de un vecino, supuesto amante de la mujer del matador.

La falta de un ente colegiado que regule la actividad o de un Código de Ética llevaron a que en La Pampa cualquiera pueda ser periodista. Lo malo es cuando hacen cualquier cosa, en nombre del periodismo.

Por estos días es un gremio docente el que reclama para sus representados algún tipo de garantía para no ser sometidos a un “linchamiento mediático” y que se garanticen los derechos de los involucrados en alguna denuncia a poder acceder al legítimo derecho de poder defenderse. Parece algo elemental, pero hoy no se está cumpliendo. No todos los jueces y fiscales pampeanos están dispuestos a soportar el asedio mediático ante determinados casos. Es por demás común que ciertos periodistas puedan acceder a escritos y documentación, incluso cuando los propios involucrados no tomaron vista de la documentación. El mismo criterio es utilizado al momento de las sentencias.

Rodolfo Walsh, uno de los padres del periodismo de investigación argentino, seguramente se hubiera puesto colorado al contabilizar la cantidad de noticias que son publicadas, sin haber pasado algunos filtros mínimos para determinar la factibilidad mínima del hecho. Sin haber consultado por lo menos a dos fuentes no relacionadas entre sí, o aunque sea trasladándose al lugar donde supuestamente se desarrolló el hecho que después sería noticia.

Sin pretender asumir el rol del mago enmascarado, que cuenta en TV los secretos de los trucos de sus pares, es necesario alertar  sobre los riesgos de ejercer irresponsablemente el tan mentado “cuarto poder”. Ya en el siglo 18 de nuestra era, el británico Edmund Burke había bautizado como “Cuarto Poder” a la actividad de la prensa, dándole de esta manera la importancia que ya avizoraba el intelectual británico tendría el periodismo.

Ejemplos sobran sobre situaciones donde priman situaciones personales del escriba, su morbo, ideología política y varios etcéteras que hacen alejar demasiado, al momento del tratamiento de la información, la utópica objetividad. Con un poco de seriedad alcanzaría.

No en vano el popular Gabo de Aracataca consideró al periodismo como “el mejor oficio del mundo”. Solo hay que honrarlo.